domingo, 22 de junio de 2008

Las raíces históricas del conflicto


TAL CUAL SE PUBLICO ASI ES...


-¿Por qué cree usted que la Argentina se encuentra otra vez en situación de asamblea generalizada, con cacerolas en las calles y en medio de una crisis política imprevista?


-Habría que remontarse muy lejos para inventariar todos los factores que llevaron a esta situación. Está en primer lugar, diría yo, el eclipse político de las fuerzas armadas, que no sólo incita a las fuerzas políticas a llevar el conflicto entre ellas a niveles que ya no corren peligro de inducir a aquéllas a reemplazarlas en el gobierno, sino que -cuando las crisis políticas o económicas alcanzan efectos que comienzan a parecer intolerables- sea eso que solía llamarse el pueblo o la ciudadanía, y ahora es conocido como "la gente" el que se entregue a intervenciones violentas a través de las cuales busca expresar lo que llama su bronca, animado a ello por el falso recuerdo de que fue su tenaz y heroica resistencia la que puso fin a la experiencia de terrorismo de estado vivida durante la última dictadura militar, cuando fue sobre todo la prodigiosa ineptitud de quienes la ejercieron la que los obligó finalmente a huir del poder. Cuando el presidente De la Rúa tuvo la insolencia de enfrentar mediante el estado de sitio la cólera popular que -suscitada por el súbito colapso de las finanzas nacionales- se había hecho dueña de la calle, la primera consecuencia fue una masacre policial seguida inmediatamente del fin de su presidencia, y de la apertura de una etapa en que la Argentina vivió de veras en estado de asamblea. Cuando la movilización popular comenzaba a amainar, el asesinato policial de dos manifestantes vino a devolverle una intensidad que persuadió al doctor Duhalde de la necesidad de abreviar su gestión al frente de la presidencia que había quedado vacante, ya que sólo un rápido llamado a elecciones podía aventar la amenaza que esa situación estaba haciendo pesar sobre su cabeza, y esa segunda experiencia vino a confirmar que la Argentina vivía una situación inédita en que el Estado sólo retenía el monopolio de la violencia a condición de renunciar a usarla.

Esa situación no había cambiado cuando el doctor Kirchner asumió la presidencia, y dura en lo esencial hasta hoy. Desde luego, las consecuencias fueron menguando paulatinamente; la más duradera fue la capacidad que retenían organizaciones surgidas durante la crisis y estaban adquiriendo otras más tradicionales, desde sindicatos de obreros y empleados hasta asociaciones estudiantiles, para imponer inesperadas trabas al tránsito, creando un mal humor bastante generalizado, pero no lo bastante intenso para suscitar reacciones violentas. El nuevo gobierno no buscó cambiar esa situación, en parte porque tenía buenos motivos para desconfiar de la lealtad de las instituciones a través de las cuales el Estado ejerce esa violencia sobre la cual reivindica un derecho monopólico, pero en parte también porque esperaba compensar con el apoyo de las organizaciones surgidas de la crisis el que no recibía en medida suficiente de las sindicales y de las máquinas políticas del justicialismo.

Durante más tiempo de lo que hubiera parecido esperable, esa situación inédita no comenzó a alcanzar las consecuencias que hubieran sido esperables. En rigor, comenzó a entrar en terreno peligroso cuando pasó a dirimirse en ese terreno el conflicto planteado con Uruguay en torno a las usinas pasteras; pronto iba a descubrirse qué difícil iba a ser poner fin a una situación en que un grupo de vecinos de Gualeguaychú había conquistado y en los hechos ejercía un inapelable derecho de veto sobre algunos de los temas más delicados de la política exterior argentina mediante el sencillo procedimiento de instalarse periódicamente con sus reposeras en un puente internacional.

Hoy en medio de un clima colectivo que todos contribuyen a hacer cada vez más tenso, quienes desafían al Gobierno han descubierto que nada les impide conducirse como quienes lo apoyan, y aunque cabe celebrar que las truculentas amenazas que intercambian unos y otros no se reflejen sino en mínima medida en los hechos, es ya suficientemente deplorable que ayuden a perpetuar un conflicto que si no se encuentra modo de cerrar prontamente logrará que la Argentina deje pasar de largo una oportunidad que, como sostiene con toda razón nuestra presidenta, sólo es comparable a la que conoció, y por cierto no dejó pasar de largo, hace un siglo.

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